PUNTOS IMPORTANTES:
- El nuevo acuerdo comercial evita pérdida de mercado para Europa.
- La UE acepta tarifas a cambio de mantener su marco regulatorio.
- Críticas al acuerdo ocultan sesgos más que argumentos sólidos.
El acuerdo comercial entre EE. UU. y la UE evita una ruptura estratégica
El reciente acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea ha generado controversia en medios y círculos económicos europeos. Sin embargo, sus impulsores lo defienden como la única alternativa viable frente a una posible ruptura comercial. El pacto no elimina todas las tarifas, pero evita consecuencias económicas graves para ambas partes.
En 2024, el contexto global distaba mucho de ser un entorno de libre cooperación. El comercio internacional estaba plagado de barreras, subsidios, regulaciones cruzadas y políticas proteccionistas. Desde ese escenario, el nuevo acuerdo representa un avance pragmático que estabiliza la relación transatlántica sin exigir a Europa un desmantelamiento de su estructura normativa.
Sus críticos deben responder a dos preguntas clave:
¿Cuál era la alternativa realista? Y ¿qué medidas concretas habrían tomado para lograr un acuerdo mejor? La única alternativa habría sido una pérdida de competitividad frente a países como Japón, Reino Unido o Corea del Sur, deslocalización industrial, y el mantenimiento de barreras comerciales recíprocas.
El nuevo pacto, en cambio, garantiza acceso preferencial al mercado estadounidense, permite conservar gran parte del marco regulador europeo y evita la fragmentación en sectores clave como tecnología, energía y defensa. La tarifa acordada, del 15%, es significativamente menor a otras ya en vigor, y se considera “manejable” por el BCE y otras instituciones.
Críticas al acuerdo reflejan más prejuicios políticos que fundamentos técnicos
Acusar al acuerdo de ser perjudicial equivale, indirectamente, a defender el proteccionismo europeo como si fuese deseable. A menudo, estas críticas ignoran que el mercado de EE. UU. es irremplazable en volumen y accesibilidad. También pasan por alto que acuerdos similares han sido firmados por Japón, Australia, Corea del Sur y otros socios estratégicos.
El sesgo aparece con claridad cuando se observa que muchos analistas guardaron silencio ante tarifas impuestas por la propia Unión Europea. Pocas voces se alzaron cuando Bruselas aplicó aranceles a productos agrícolas, químicos, automóviles o maquinaria estadounidense. Tampoco hubo escándalo cuando se endurecieron las regulaciones internas con la Agenda 2030, el Green Deal, o la tasa al CO₂.
El argumento de que EE. UU. debería eliminar todas las tarifas de forma unilateral ignora el contexto monetario, comercial y geopolítico. Hacerlo implicaría aceptar déficits comerciales persistentes, absorber sobreoferta externa y, en la práctica, subvencionar desequilibrios ajenos. En ese sentido, muchos países prefieren pagar un 15% de arancel antes que renunciar a sus propias barreras no tarifarias.
El acuerdo también corrige distorsiones al reducir barreras regulatorias no arancelarias, conforme a las recomendaciones del informe Draghi. Asegura además que los sectores de energía y defensa mantengan acceso a proveedores estratégicos sin limitar la inversión interna.
Finalmente, el impacto económico es asumible. Las estimaciones más conservadoras sitúan el beneficio para Europa en 150.000 millones de euros anuales, con un efecto sobre la inflación inferior al 0,5% en tres años.
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