PUNTOS IMPORTANTES:
- Telegram considera una oferta pública inicial (OPI) para su plataforma de mensajería.
- La criptomoneda Toncoin (TON), anteriormente conocida como Telegram Open Network (TON), ha experimentado un notable crecimiento.
- TON supera a Dogecoin en capitalización de mercado y se acerca a un nuevo máximo histórico.
Hace poco más de un año, tres fanáticos de las criptomonedas compraron un crucero. ¿El objetivo? Hacer realidad una utopía libertaria y construir una ciudad flotante libre de regulaciones e imposiciones por parte de los gobiernos del mundo.
Esta idea, en principio utópica, ya había sido propuesta en diciembre de 2010 por el ex ingeniero de Google Patri Friedman. Su proyecto era transformar cómo y dónde vivimos, abandonar literalmente la tierra y desarrollar una vida en medio del océano.
Su visión fue apoyada por ese entonces Peter Thiel, el multimillonario fundador de PayPal y Wayne Gramlich, un ingeniero de software. El primero se dedicó a financiar desde la Fundación Thiel proyectos para “defender y promover la libertad en todas sus dimensiones”; el segundo, fundó en 2018 (con la ayuda de Thiel) el Seasteading Institute, dedicado a promover el proyecto que Friedman soñaba, una comunidad libertaria en el mar.
Luego de varios planteos, que también contó con el marino Joe Quirk, los proyectos a través del Seasteading Institute fracasaron, tanto en las costas de San Francisco como en las de California.
El plan que más cerca estuvo de concretarse fue en 2007, cuando buscaban crear un prototipo de isla flotante en la Polinesia Francesa que se encontró con una férrea resistencia de los habitantes de aquellas islas y luego colapsó cuando el gobierno se retiró del proyecto.
Durante esos años, Quirk conoció a Grant Romundt, un millonario que amasó su fortuna por crear exitosos productos en Internet. Allí, el empresario se enteró del plan de Seasteading Institute, el sueño de Friedman y se obsesionó con el proyecto.
Un crucero de la ilusión llamado Satoshi
Fue así que Romundt decidió unirse a los otros soñadores del mar: el estadounidense Chad Elwartowski un libertario de ley y el ingeniero alemán Rüdiger Koch, rico en bitcoins. Juntos fundaron, con su propio dinero, Ocean Builders. El primer intento fue construir una playa residencial en forma de una caja octogonal blanca flotante, a 12 millas náuticas de la costa de Tailandia.
Para experimentar esa vivencia, Elwartowski y su novia, Nadia Summergirl, vivieron allí durante dos meses a principios de 2018, hasta que el gobierno tailandés los descubrió y los amenazaron con encarcelarlos. En consecuencia, tuvieron que desmantelar la caja flotante y abandonar el país.
Un año más tarde y con otra frustración en la espalda, los tres hombres mudaron sus sueños a Panamá, ya que el gobierno estaba dispuesto a apoyar su próximo proyecto llamado «SeaPod«. La idea era construir casas flotantes a tres metros del agua sostenidas por una sola columna, tal como muestra la foto de arriba.
El grupo contrató a 30 ingenieros para llevar a cabo estos diseños futuristas, pero rápidamente se encontraron con problemas: tardaban mucho tiempo en construirse (solo dos en un mes). La solución más accesible que se les ocurrió fue comprar un crucero para atraer a más gente y acelerar los tiempos.
Aprovechando que el mundo estaba en plena pandemia, la compañía del trío compró el crucero Pacific Dawn, que tenía 20 años de antigüedad y cuyo precio rondaría los 100 millones de dólares. Pero como el mercado estaba en decadencia, lo adquirieron por solo 9,8 millones de dólares.
El crucero sería una especie de corazón de la comunidad flotante, que se conectaría a los SeaPods por túneles. En honor a Nakamoto Satoshi, el pseudónimo del creador (o los creadores) del Bitcoin, se renombró al barco como MS Satoshi. Todo estaba preparado, solo restaba llevar el crucero a Panamá y convencer a la gente de mudarse en medio del mar panameño.
El primero que avaló la idea fue justamente el gobierno de Panamá, que pensó el proyecto como una atracción turística y tampoco pondría trabas para que haya un barco lleno de criptoinversores en sus costas.
Los tres hombres fundaron la empresa Viva Vivas para administrar el Satoshi. Elwartowski se encargó de disipar las dudas de aquellos interesados: En principio habría generadores, seguidos rápidamente por energía solar. Este sería un barco criptográfico ecológico. El Internet inalámbrico de alta velocidad vendría de tierra. Los servicios públicos se incluirían en las expensas al principio, pero se medirían cuando se actualizaran los sistemas. Y, en cuanto a los impuestos, no se pagaría nada.
Sin embargo, aparecieron varios ítems que no agradaron del todo. Por ejemplo, las únicas instalaciones para cocinar estarían en el restaurante. Por razones de seguridad, a nadie se le permitió tener un microondas en sus habitaciones. Para ello, Elwartowski ofreció a los residentes un 20% de descuento en el restaurante. Esto era una pequeña señal de que sería complicado conseguir gente para mudarse al medio del océano. En total había que llenar 777 camarotes y el trío solo consiguió 200 clientes potenciales.
En paralelo, el sitio web de Viva Vivas ofrecía respuestas a Preguntas Frecuentes. Una de las ideas más innovadoras era aceptar criptomonedas como método de pago en todo el crucero, además de alquilar los camarotes.
La compañía Ocean Builders de los tres soñadores ya había contratado una tripulación de 40 personas, en su mayoría ucranianas, incluido un cocinero, ingenieros y personal de limpieza, además del experimentado capitán británico, Peter Harris.
Pero los tres cometieron un grave error. Al no tener mucho conocimiento del mundo marítimo, pasaron por alto los certificados de navegabilidad que necesita cualquier barco para moverse en aguas internacionales. Así, que antes de poder arribar a Panamá, el equipo debió conducir el crucero a Gibraltar y sacarlo del agua, un proceso conocido como dique seco, para realizar reparaciones y renovar los certificados.
Ese primer problema regulatorio fue sorteado y el 3 de diciembre de 2020 el Satoshi estaba navegando rumbo a las costas panameñas sin saber que aparecería otro escollo burocrático.
A pesar de que el gobierno del país centroamericano estaba de acuerdo con la llegada del crucero, los políticos dijeron que el Satoshi debía permanecer oficialmente designado como barco. ¿Qué significa esto? El crucero no podía descargar aguas residuales en territorio marítimo panameño.
Esto hizo que ninguna empresa quiera asegurar el barco. “La industria de cruceros está plagada de una regulación excesiva”, le dijo Romundt a The Guardian. “Junto con las aerolíneas y la energía nuclear está entre los tres primeros (en regulación)”, señaló por su parte el capitán Harris.
Es decir que el gran sueño libertario de Ocean Builders, cuya finalidad era ofrecer un lugar para escaparle a las reglas burocráticas, fue frustrado irónicamente por trabas burocráticas. “Un crucero no es muy bueno para las personas que quieren ser libres”, sentenciaría meses más tarde Elwartowski en Reddit.
El equipo no quería rendirse y se barajó la posibilidad de contratar un equipo de abogados y luchar, pero todo este esfuerzo llevaría tiempo y, este proceso con el Satoshi anclado, costaría como mínimo un millón de dólares al mes.
El sueño se frustró. El desenlace de la historia finalizó el 18 de diciembre mientras el Satoshi todavía permanecía en el mar. La compañía anunció su venta a un depósito de chatarra en Alang, India. Si lugar a dudas, un final para nada feliz.
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